martes, 17 de setembro de 2013

Os últimos avós da ribeira do Sil




Casa de Viana, xullo do ano 2000 e pico. Por fin, chagamos á casa dos avós. De seguro que escoitaron o runrún do coche e xa estarán agardándonos no patio coas follas do portalón abertas de par en par.     
                  
    


Primeiro, abrazamos a 'Tatá' para comela a bicos. Logo, deixámonos caer no colo do avó. Desta última xeración, poucos vellos quedan xa nos concellos da ribeira do Sil, e da xente nova non falemos, que non se dá por estas terras dende hai anos: en Caldelas, case que non roxe ninguén polos rueiros: só se escoita o lene sentir da natureza que vai ao seu.              
–Ola, avó! Como vai a cousa?                                                                                
–Eh...! Ímola andando, que non é pouco.                                                            
–Que medradas están as nenas, mira que botaron corpo! Que lindas..., as pobriñas!     
–Vén, Claudia, vén onda min.                                                                                  
–Anda, Marta, anda e dáme unha aperta desas tan grandes.                                   
–E ti, Alejandra, con ese sorriso debuxado de anxo…                                                       
–Deixa que vos axude, que viredes cansas. Subide, non vos paredes: tirade cara á   
   galería, que temos que falar...                                                                                                    
–Avó, queromos montar no burro.                                                                                           
–Agora está na corte, triscando unha gavela de toxos; mañá ímolo sacar de paseo polo camiño vello: xa veredes, xa!                                                                                                     
–Díxome un paxariño que as notas de xuño son guapas como unha estampa da virxe Inmaculada, sen ningún borrancho que as afee; e que o piano soa tan virtuoso, acariciado por tan delicados dedos, como se o tocase o mesmo Mozart, de rapaciño.                 
–Ide..., ide co gato!, mais andádevos con tento non vos vaia rabuñar –díxonos Bru, o noso avó de Sacardebois, na galería da casa que mira ó canón do Sil.

xoves, 5 de setembro de 2013

La "rentrée" en las aulas


La furia de Helios, dictador del verano, se va apagando poco a poco: los días menguan y las noches crecen, mientras Eos, la hija de Eolo, de rosados cabellos, extiende de amarillo, verde y ocre su manto sobre los bancales de la Ribera Sagrada, despertando a los mirlos, que se levantan en vuelo, trazando senderos negros entre nubes errantes. Pronto llegará el otoño.
Kevin busca a ciegas el despertador, que espanta los duendes del sueño, abriendo y cerrando como un mecano su pinza tetradáctila. Media hora después, aturdido y desorientado en el patio del Instituto, deambula en medio de la algarabía estudiantil, entre chicos con piercings que perforan la nariz o hieren los labios o las sienes; y entre chicas con tatuajes discretos cruzados por las tiras del sujetador y de camiseta escotada, con vivos luceros, perfilados de azul, lanzando miradas pícaras y abriendo los labios de fresa, exhalando risas desaforadas, propias de la edad del pavo.
Sonrisas de encuentros, captadas con móviles 3Gs, inmortalizando el momento; mochilas cargadas de cuadernos, estuche y libros de texto que soportan curvadas espaldas y delgadas piernas; en los pies, brillantes deportivas con tonos amarillos, a la moda, sin atar, virtuosas con los balones; se gastan bromas, y se ríen por  fáciles ocurrencias.
El sonido de la sirena disgrega los grupos en el patio. Los alumnos van subiendo a sus clases en tropel. Poco a poco, el jolgorio se va apagando en los pasillos del Instituto de la ESO. Los chicos se acomodan por afinidades, mientras algunos suben las persianas para que los tibios rayos de sol vayan calentando el ambiente del aula. Pasados unos instantes, el tutor aparece por el umbral de la puerta con su manoseada carpeta de cursos anteriores bajo el brazo. Con una tímida sonrisa, a modo de bienvenida, y con un contenido golpe metálico, el profesor cierra la puerta del aula. Comienza un nuevo curso escolar.
A cada profesor le cuadra su portafolios: los hay que cargan con el bombo de su  cartera, preñada de libros aún por leer, exámenes de septiembre que contados alumnos han aprobado, suplementos culturales de El País, que prometen ser muy interesantes, pero que pronto descansarán en la papelera; otros llegan al Centro con las manos en los bolsillo, ligeros de equipaje: si es cierto que los recursos de un buen maestro no se miden por el grosor de su portafolios, como tampoco en el bolso de una señorita está escrita la palabra cariñosa o arisca; mísera o espléndida; vaga o ratón de biblioteca, esto no quita poder afirmar que el porte y la indumentaria de una persona, aunque el hábito no haga al  monje, la convierta en personaje de una determinada escena.
"Buenos días y bienvenidos”. Como de costumbre, el profesor pasa lista: los chicos van levantando la mano, unos dicen “yo” con una leve sonrisa; otros dibujan, como respuesta, un gesto desvaído en sus caras, apagadas por el sueño. Todo normal, hasta que nombra a Kevin. Nadie  contesta. Se palpa, en el ambiente, un silencio frío, cortado por miradas maliciosas y cuchicheo entre los alumnos: “Por qué no habla, será mudo, cómo va hablar si es chino, no ves qué ojos tiene, te has fijao que le falta un dedo, parece un extraterrestre, debe ser el hermano pequeño de E.T.”
El profesor, de pobladas cejas canosas, que bien se podría decir un concejal decano o funcionario cejijunto, a punto de jubilarse, no se inmuta ni pierde la compostura. Callado y serio, con arrugas en la cara que ha arañado el tiempo, echa un vistazo a la ficha del alumno que podría padecer mutismo electivo, el tercero de la segunda fila, pero el chico apenas se deja ver, porque se cubre la cabeza con las manos, temeroso de  Jonathan, el del piercing en la nariz y pendiente de aro en la oreja izquierda, que se ha sentado a su lado para acosarle, como perro asilvestrado en la calle a oveja mansa de Arcadia.                                                   

Al viejo profesor por un instante se le va el santo al cielo, recordando los avatares del curso anterior: “Un chico desalmado, sin empatía, menuda pieza, en la edad del pavo, en la que se le sube el moco; con las hormonas a flor de piel y la autoestima por los suelos, sin saber qué hacer con los cuatro pelos de su bigote, ni cómo disimular, con polvos de Celestina, el salpullido del acné que afea su cara bonita; arropado con la indumentaria rapera de su tribu; hijo malcriado en una familia desestructurada; objetor al esfuerzo, a la educación y la disciplina: el típico chico PIL, repetidor, que va promocionando los cursos por imperativo legal, otra vez en mi aula”. Feliz Curso. Un saludo desde mi jubiloso retiro.